Friday, May 12, 2006

CARTA AL PRÓXIMO PRESIDENTE/PRIMER MINISTRO DEL PAÍS MÁS PODEROSO DEL MUNDO

Señor presidente/primer ministro, del país más poderoso del mundo (o, si así lo prefiere, señor máximo dirigente mundial):

Le mando aquí unas cuantas peticiones de unos hombres y mujeres, sin duda mucho más inteligentes que yo, que le ruegan hagan caso de sus súplicas: le envío esta carta ya que su antecesor, ignoro por qué motivos, no parece haber tenido la oportunidad de ponerlas en práctica. Tal vez fuera que, debido a la complejidad de las comunicaciones, no le llegó la carta anterior. Tal vez fuera que, los gritos de seis mil millones de personas, y algunos hombres sabios, no alcanzaron sus oídos:

El verdadero descubrimiento no consiste en encontrar nuevos paisajes, sino en mirar con ojos nuevos.
V. Espinel.

Si los hombres han nacido con dos ojos, dos orejas y una sola lengua, es porque se debe escuchar y mirar dos veces antes que hablar.
Madame de Sevigné.

Valor es lo que se necesita para levantarse y hablar; pero también es lo que se requiere para sentarse y escuchar.
Winston Churchill.

El humor y la sabiduría son las grandes esperanzas de nuestra cultura.
Konrad Z. Lorenz

Si la ayuda y la salvación han de llegar, sólo puede ser a través de los niños porque los niños son los creadores de la humanidad.
María Montessori.

La puerta mejor cerrada es aquella que puede dejarse abierta.
Proverbio chino.

No hay cuesta, por pedregosa que sea, que no sea más fácil subirla dos juntos.
Henrik Ibsen.

La mayor falta de puntualidad es llegar tarde a las personas.
G. Mateu.

La lealtad es el camino más corto entre dos corazones.
Ortega y Gasset.

Hemos de proceder en tal forma que no nos sonrojemos ante nosotros mismos.
Baltasar Gracián.

El hombre honesto no teme a la luz ni a la oscuridad.
Thomas Fuller.

La honradez es siempre digna de elogios, aún cuando no reporta utilidad, ni recompensa, ni provecho.
Marco Tulio.

No trates de ser un hombre de éxito, procura convertirte en un hombre de valores.
Albert Einstein.

Sólo el hombre íntegro es capaz de confesar sus faltas y reconocer sus errores.
Benjamín Franklin.

(Especialmente dedicadas, las dos siguientes, a su predecesor G.W.B:)
Éste es el primer precepto de la amistad: pedir a los amigos sólo lo honesto, y sólo lo honesto hacer por ellos.
Marco Tulio Cicerón.

Puesto que las guerras empiezan en las mentes de las gentes, en estas mentes donde debe ser construida la defensa de la paz.
Constitución UNESCO.

La obra humana más bella es ser útil al prójimo.
Sófocles.

Si queremos un mundo de paz y justicia hay que poner decididamente la inteligencia al servicio del amor.
Antoine de Saint Exupery.

Si estás en paz contigo mismo, al menos, hay un lugar pacífico en el mundo.
M. Gandhi.

Somos creadores y podemos fabricar hoy el mundo en el que viviremos mañana.
Robert Collier.

La solidaridad es la ternura de los pueblos.
Anónimo.

Las grandes oportunidades de ayudar a los demás son raras: pero las pequeñas se presentan cada día.
Koc.

Hay tres clases de persona: los que hacen que las cosas pasen, los que miran las cosas que pasan y los preguntan por qué pasó.
Nicholas M. Buttler.

La cooperación es la convicción plena de que nadie puede llegar a la meta si no llegan todos.
Virginia Burden.



Stoy en Atocha, no hay un huequito sin velas, la gente ha comenzado a escribir x las paredes, no cabe tanto dolor.
Aurora Gómez, 12-Marzo 2004, mensaje enviado por sms desde la estación de Atocha.

Posdata: para los idealistas,

La única diferencia entre un sueño y un objetivo es una fecha.
Edmundo Hoffens.
Nota: todas estas citas, han sido extraídas de la Agenda de la Solidaridad 2004, realizada por la Fundación Iuve. Dirección San Bernardo, 114, 2ª planta. 28015 Madrid (www.iuve.org). Se recomienda con énfasis la compra de futuras ediciones de estas agendas, cuya recaudación se destina a ayudas al tercer mundo.

Mi Zapatero Franquista

Mi Zapatero franquista

Cuando yo vivía en Almería, había, no muy lejos de mi casa, una zapatería de ésas antiguas, artesanales. La zapatería se llamaba “El Rápido”, y supongo que debía serlo, porque mi madre hablaba maravillas de la capacidad de ejecución de este señor, que era capaz de arreglar el mayor de los rotos, y poner remiendo al más terrible de los descosidos. Así que, de vez en cuando, me tocaba ir al establecimiento a llevarle alguna de sus botas o unos zapatos, a los que se les había aflojado una hebilla, o se les había salido un tacón. Y esos momentos, yo los adoraba. Los esperaba, a lo largo del año, para así volver otra vez.

¿Por qué? Uno de los motivos, quizás, era el olor. Nada más entrar, incluso aunque fuera con los ojos cerrados -más todavía si era con los ojos cerrados-, podía sentir, palpar, aspirar el aroma del betún, fuerte y agreste, invasivo y al mismo tiempo agradable, como el baile de una mujer que no quieres volver a ver más, pero con quien estás deseando danzar un último tango. Un olor añejo, artesanal y de oficio antiguo, de viejas costumbres nunca perdidas, de trabajo bien hecho y zapatero remendón, de olvidados momentos que siempre recuerdas.

Y de viejos tiempos trataba precisamente esa zapatería. Porque el zapatero (un hombre enorme –o al menos así me lo parecía al pequeñajo de mí-, calvo y con un fino bigote), también para las cuestiones de Estado, pertenecía a la vieja guardia. Entrar en su establecimiento, era acceder a un lugar donde se hubiera detenido el tiempo. Certificados, medallas, fotos y portadas de periódico, letras grabadas en fuego con las letras de José Antonio, Francisco Franco Bahamontes, la insigne España, Carrero Blanco, el general Mola, nombres que probablemente los chavales de esta época confundan con algún ídolo de Operación Triunfo, alguno más avispado dirá incluso que fueron los que instauraron la democracia, en fin, sustantivos oxidados, obsoletos, y sin embargo, que en esas cuatro paredes cobraban vida de nuevo, como si nunca hubieran dejado de estar presentes en la vida de todos nosotros. No me acuerdo de qué color eran las paredes, bien podía ser verdes, verde oscuro, o tal vez sepia, como el recuerdo de una España en sepia que rememoraban. Bien podrían haber sido grises, como grises la conservan en el tiempo los que tuvieron que exiliarse o los presos políticos, pero para mi zapatero no -claro está-, para él era sepia, sepia por un lugar que un día se fue y ya no volvió.

Era un santuario: un templo dedicado, un lugar desde donde accionar una máquina del tiempo que tan sólo nos permitiera asomar la cabeza al agujero. Y poco importaba que a mí las ideas políticas de este zapatero me fueran completamente ajenas, o que yo considerara que las cuarenta toneladas de losa que había por encima de aquel señor bajito y de voz aguda no eran seguramente suficientes, eso no venía al caso, daba lo mismo, sino que de lo que se trataba allí, más que de ninguna otra cosa, es de la preservación del tiempo... De cómo un hombre coge una época, la que le tocó vivir, la que él imaginó, la que quiso pensar, y la conservó allí, en formol, durante decenas de años, para que nadie la tocara, para que no la dañara ni la luz ni el agua, igual que hacen algunos ancianos con la República, o los cuarentones con los ochenta, o algunas personas con épocas que ni siquiera le tocaron de casualidad, como los que coleccionan casas de muñecas del siglo XIX, o los que se conocen el Imperio Romano mejor que la decimotercera legión, y preservan con cuidado mimoso cada uno de los detalles de su la pequeña recreación de ese tiempo perdido que como el de Proust, nunca llegó del todo a ser verdad... Éste era el lugar donde habitaba mi zapatero; fuera de él, tan sólo se encontraba el resto del mundo.

Por supuesto, una vez dentro de la zapatería, la consigna era clara, no abrir la boca para decir lo que por la cabeza se nos pasara. Esto se veía reforzado cuando te encontrabas con escenas como nuestro zapatero hablando con un allegado y espetándole, “¡Porque vosotros no, vosotros habéis estado chupando de la teta de Franco toda la vida, pero yo en cambio...!”, y aquí mi hermana y madre descojonadas, sin acabar de creerse de todo lo que estaban contemplando. O más alucinante todavía, cuando el zapatero, al leer el nombre al cual había puesto mi hermana los zapatos (el de Tejera, nuestro apellido), le habló en confidencia: “Yo sé que vosotros en realidad os habéis cambiado el nombre por la hipocresía de la sociedad actual...”. Y mi hermana, que en aquella época recibía todos los meses un sobre del colegio en el cual, por un error tipográfico, se encontraba el apellido de un teniente coronel golpista, simplemente asintió, “Sí, sí, claro”, pues claro que sí, cualquiera le llevaba la contraria a ése... Durante años, estuve viendo crecer conmigo la leyenda del zapatero franquista, se le quedó el pelo blanco, pero por lo demás cambió ni un ápice, como tampoco cambió una miga todo el barroco escenario que constituía la zapatería museística, ni siquera el Museo del Comunismo en Praga me ha causado tanta impresión, y por supuesto, no era medianamente comparable con el pequeño altar que tiene el dueño de una fotocopiadora al lado de mi casa, el cual alterna, en un mismo rincón, una foto y un busto de Franco, banderas de España, e inexplicablemente (todavía no encuentro del todo la relación), imanes de ésos que se pegan al frigorífico con la imagen de la Bayerina. ¿Por qué?¿Cuál es la conexión entre estos dos iconos pop?¡Ahhh...! Misterio. No sé, yo creo que en el fondo, mi zapatero franquista, sí que hubiera sabido encontrarla.

En los últimos años, le he estado recordando continuamente a mi novia, hasta punto del hartazgo, la historia de mi zapatero. Cuando veía las imágenes de un Franco joven y aún delgado susurrándole a su hijita, “Carmencita, ¿quieres decirle algo a los españoles?””¿Algo?¿Cómo qué?”, “Lo que quieras, hija, lo primero que se te ocurra”, y la niña de ocho años empezaba a lanzar una parrafada nacional-catolicista mientras el padre movía los labios media fracción de segundo antes de que su hija lo enunciara espontáneamente (je, je) en voz alta, me decía a mí mismo, le tengo que enseñar ese sitio a Aurora.

Por desgracia, cuando volví a la galería donde se encontraba la zapatería, ya no estaba. El zapatero había muerto, y en lugar de su tienda (¿adónde iría a parar todo aquello?), ¿sabéis qué habían puesto?

Una clínica ginecológica. Qué paradoja. Seguro que incluso hacen abortos en ese lugar, quizás justo debajo de donde se irguió una efigie del Generalísimo.

Qué cosas.

Si Franco levantara la cabeza...

Anécdotas inolvidables

Esta historia me ocurrió cuando todavía vivía en el colegio mayor. Mi novia la ha oído repetida tantas veces, que me aborrece cada vez que empiezo. Pero como no puedo reprimirme, ahí va.

Yo tenía por aquel entonces una habitación individual con baño, de la cual mi novia tenía una llave. Aquella noche no dormimos juntos porque yo tenía un examen en dos días, y me costaba mucho conciliar el sueño si estábamos juntos. Había mucho ruido ambiental porque la gente estaba terminando los exámenes de febrero, y buena parte del colegio estaba de fiesta. Entonces, como a las doce de la noche, cuando me voy a acostar (de fondo resonaba la música de duendes -¡sí, la gente es así de rara, pone música de duendecillos cuando está de juerga!-), y de hecho estoy metido en la cama, escucho el ruido de una llave en el pomo de la puerta. Creo, claro está, que es mi novia. Pero para mi sorpresa, entra un señor.

Yo me levanto a toda prisa, pero antes de que pueda decir nada, el señor se mete en MI baño, y escucho ese ruidito en forma de cascada tan característico de las meadas masculinas. Medité entonces, La meada de un hombre es sagrada, yo no voy a interrumpirle en un momento tan íntimo, y luego, cuando salga, ya le pido explicaciones. Cuando sale de mi baño, el hombre (el cual no levantó la tapa típica que, según dice las mujeres, nunca levantamos los hombres, y que me había dejado todo el suelo perdido de barro de sus deportivas manchadas), que además era clavadito a un profe mío de Farma, y llevaba varios cascos vacíos de cerveza envueltos en una bolsa de plástico, me levantó entonces el dedo y me farfulló, todo convencido, "Babababa, bababá", a lo cual se marchó raudo y veloz, sin dejarme tiempo para reaccionar, completamente anodado y de pie, en la soledad de mi cuarto.

Yo entonces me dije, Esto es un sueño, una pesadilla, tengo que dormir, tengo examen de obstetricia (horrible palabra) en dos días. Mi novia aclara siempre en este punto que qué huevos, dormirse en una circunstancia así. La verdad es que no me llegué a dormir, la música de duendecillos era demasiado terrible, y además, al poco rato, como a la media hora, volvió a abrirse mi puerta... y aparecieron el mismo tipo horrendo, aparte de un señor con bigotito y rebequita que, deduje, debía ser el portero de noche, pero como era muy nuevo yo no sabía de su existencia. Y ya entonces salté, comencé a gritar, "¡Pero esto qué es!¿Qué hacen ustedes aquí!", a lo que el hombre de la rebequita me respondió, "Es que este señor me ha dicho que ha abierto esta habitación con su llave...", mientras el clon de mi profesor de Farma se restregaba la llave por los morros y comentaba "Mira, es que con mi llave abro tu habitación", como diciendo, "No, si encima, despertándote a las tantas de la noche, te estoy haciendo un favor..." Al poco tiempo se largaron, más que nada porque les eché a cajas destempladas, y entonces me empezaron a entrar las siete paranoias, y a pensar que querían que me marchase de mi cuarto para robarme el portátil o algo así. Pero aún así, para intentar aclarar un poco la situación, bajé a la portería del colegio.

Después de un atribulado recorrido (me encontré a X. el Putas, amigo al que no veía desde hacía dos años, de mote sobradamente merecido), llegué a la portería, y finalmente, allí estaba el hombre de la rebequita, que finalmente era el portero. Entonces le pregunté.
-Bueno, a ver, vamos a aclararnos, ¿esto qué es?
-No, mira, es que ese hombre es el primo del presidente de Ecuador...
-¿Ah, y qué?¿Es que mi cuarto es la embajada?¿Reparten llaves en Quito?
En momentos de delirio, me sale la vena cómica. El portero trató de explicarme.
-Mira, es que resulta que ese hombre, como va un poco "cargao", se ha equivocado de piso, y ha colocado su llave en lo que sería su puerta... en el tercer piso. Y bueno, resulta que su llave, por algún extraño motivo, ha abierto tu cuarto.
El extraño motivo era que, en realidad, en mi colegio mayor (milagros de la administración pública, pues es el colegio oficial de la UAM), sólo hay tres modelos de llave. Por lo visto, la gente se dedica a jugar, todos los inicios de curso, a ver qué puertas puedes abrir con tu llave, a veces puedes abrir la de tu vecino, pero no a la inversa, y ese tipo de cosas (yo, como casi siempre, a mi mundo, ni me había enterado). Además, luego resultó que su entrada no era tan casual, y que el hombre por lo visto se había dedicado a cometer esas "equivocaciones", a ver si colaban, en los cuartos de las chicas (no muy lejanos al mío), en éste y otros pisos. Lo cual me lleva a la pregunta de qué hubiera pasado si hubiera estado durmiendo con mi novia, o estuviera mi novia durmiendo sola en mi cuarto (a veces nos los intercambiábamos), o si incluso, se hubiera deslizado hacia mi cama, se hubiera hecho huequito entre las sábanas y me hubiera preguntado "¿Me das un besito?".

En todo caso, al día siguiente me cambiaron la llave... lo cual quería decir que ya no sabía quién me la podía abrir. Un par de años más tarde, sustituyeron las llaves (inservibles, por otra parte, mi hermana perdió la suya un par de veces y la abría periódicamente con el DNI), por unas tarjetas electrónicas, muchos más eficaces. Pero cada vez que me acuerdo de Ecuador, me vienen a la mente infaustos recuerdos...

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QUÉ MANÍA DE LOS PUEBLOS CON PONERLE MOTES A TODO EL MUNDO (1)
Un hombre, nada más llegar al pueblo, entró en el único bar del mismo, y afirmó muy decidido, en un largo y encendido discurso:
-Yo ya sé que en los pueblos se tiene costumbre de ponerle mote a todo el mundo. Pero a mí eso no me va a pasar, y seguro que con el tiempo no me ponen ningún mote. Yo ya he tomado mis precauciones.
Se quedó con “el Precauciones”.

*