El contorsionista
Ésta es la historia del contorsionista triste.
El contorsionista se colocó cuidadosamente su maquillaje: la pintura blanca sobre su rostro, los polvos de color rojos, sobre cada una de sus mejillas. Lo hizo una vez más, como tantas otras veces desde hacía tantos años, y luego, salió a la pista, a completar su famoso número, el de introducirse en el interior de la botella.
El circo estaba abarrotado. El público le aguardaba con expectación.
Entonces, el contorsionista, como en todas las actuaciones, alargó los pies para introducirlos en el interior de la botella. Y en el momento en que lo estaba intentando, de repente, las rodillas chascaron.
Había aumentado progresivamente el tamaño de la botella a lo largo de estos treinta años, de tal manera que la actual era bastante mayor que aquella que utilizaba cuando era joven. Y ahora, ni siquiera era capaz de pasar a través de ésta.
El contorsionista siguió intentándolo, agitando las piernas, escurriéndose por entre el vidrio, pero todos comprobaban, impotentes, incluso él, que no lo conseguía. Al principio, la reacción del público fue de un sepulcral silencio: pero pasados unos segundos, comenzó a reírse, a carcajada partida.
Y el contorsionista se retiró, triste y con la cabeza gacha.
Él era un contorsionista, no era un payaso.
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