Historias curiosas
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Cuando el médico le contó al viejecito que iba a morir, se lo dijo con palabras muy claras:
-Ahora mismo, está viviendo con tiempo de vida prestada.
Entonces el viejo, muy decidido, decidió aprovechar el poco tiempo que le había dado Dios, y durante el camino a su casa, planeó todo lo que iba a hacer hasta su última hora de vida, y llenó ese hueco de proyectos grandiosos, ambiciones y sueños.
Pero cuando llegó a su casa, se dio cuenta de que no tenía a nadie con quien realizarlas.
Como todos los días, coge su plato y su cuchara, y se toma su plato de soledades.
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-Mamá, mamá, el abuelito es un rollo.
Dijo el niño, sentado encima de la alfombra, jugando a la videoconsola, con el abuelo delante, sentado en el sofá, observando el televisor.
-Anda, Jaime, no digas esas cosas sobre tu abuelo.
-Mamá, mamá, es que el abuelito no hace nada, tan sólo está allí sentado, no hace nada divertido, mamá, mamá, es que el abuelito ni siquiera sabe jugar a la Play.
Y entonces el anciano contempló en el televisor la imagen -emitida a través del videojuego-, de sí mismo pisando la luna, y los dos hombres (que eran en realidad el mismo), se contemplaron, el uno por detrás de la escafandra, el otro, mucho más viejo, con arrugas surcando su rostro. Y el Neil Armstrong de ahora susurró:
-Yo he ido a la luna.
Y el niño giró la cabeza, contempló al abuelo escéptico, y gritó entonces a su madre.
-Y encima chochea.
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Era un hombre de estrictas rutinas: nada más empezar el día, su café, su tostada, y su periódico.
Pero un día, cuando se encontraba con todo dispuesto, abrió el periódico, y se encontró que todas las páginas, salvo la portada, estaban en blanco.
Había habido un error de imprenta. Pero como buen administrativo, lo debía rellenar todo, absolutamente todo. Así que empezó a completar las páginas con las noticias que a él le hubieran gustado que ocurrieran.
Aquel día, llovieron ranas en Cuenca; una pareja de novios se reconcilió; bajó el precio de la gasolina.
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El mendigo se encontraba con la mano alargada, pidiendo limosna. Entonces, se acercó un señor con un abrigo, y le entregó un papel.
El mendigo creyó que era un billete de cinco euros, y se lo guardó en el bolsillo. Pero luego lo leyó: era una nota, y al lado, un cheque de viajes.
La nota decía:
“Hola. Yo no sé quién eres tú. Pero aquí te dejo este cheque de viajes: tiene dinero de sobra para que puedas viajar por todo el mundo, con todas las comodidades, alojamiento, alimentación. Sólo te pido una cosa: y es que allá donde vayas, me mandes una carta, contándome dónde estás, qué estás haciendo, qué lugares estás visitando, a qué gente estás conociendo; qué cosas estás aprendiendo, viajando a lugares donde no puedo moverme yo. A cambio de eso, te seguiré mandando cheques, para que sigas explorando el mundo. Lleva a cabo por mí, por favor, lo que yo no soy capaz de hacer”.
El hombre contempló el cheque de viajes.
Aquel día, partió hacia Katmandú.
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Fue un experimento curioso.
En una escuela de verano para niños, la monitora quiso enseñarles a los chavales cómo son las relaciones entre los países del mundo. Así que repartió la Tierra entre ellos.
Cada niño representaba a un país concretos A cada uno le eran asignados unos materiales, según el país que le había sido asignado. Los países ricos tenían compases, reglas, escuadras, cartabones... pero pocas materias primas, a la niña de Estados Unidos, por ejemplo, le correspondieron escasamente dos folios. Y los países pobres no tenían ninguno de esos instrumentos, pero sí muchas materias primas, por ejemplo, diez folios cada uno. El objetivo del juego era hacer, con los materiales de los que disponían, o con los que pudieran conseguir por intercambio, figuras de papel con distintas estructuras geométricas. Y comenzó el juego.
Los resultados fueron sorprendentes.
La niña de Estados Unidos, que era la típica niña egoísta que lo quería todo para ella, trató de venderle a los países pobres un compás roto. Entonces, los países pobres decidieron hacerle un boicot, y se asociaron entre sí, consiguiendo realizar entre todos muchísimas figuritas, mientras que la niña de Estados Unidos se quedó sola, encerrada en su esquina, sin poder construir ninguna figura en absoluto.
A veces uno se pregunta qué pasaría si le diéramos a los niños el control del mundo...
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