Historias del metro (mayo 2006)
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Laura era una señora muy anciana, muy anciana...
Se había quedado sola. No tenía marido, ni hijos, ni amigos, ni tan siquiera un perro... Por eso, cuando no soportaba más la soledad, se marchaba al metro.
Recorría las líneas, de un lado a otro, de un extremo al fin opuesto... Y a veces, alguien le cedía el asiento, o le daba un por favor o un gracias.
Para Laura, cualquiera de esos momentos, ya le habían alegrado el día.
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Mi novia también me dice: me encantan la historias que la gente cuenta en el metro o en los autobuses.
Como aquella vez en que una viejecita, a la que le cedí el asiento en el autobús, recorriendo el trayecto de la línea, recorría su vida; retornaba a los lugares donde un día habitó su juventud. La primera parada era su infancia. Luego, la adolescencia, la madurez, la senectud. Le señaló a la anciana que iba a su lado: mira, ése era el colegio donde estudiaba. Bueno, más bien era donde estaba matriculada, porque, ¿ves?, allí enfrente está el parque donde hacía novillos.
O aquella otra en la que, justo antes de coger el autobús, me encontré con dos globitos, uno azul y uno amarillo, un día de viento, que andaban recorriendo calle abajo la Castellana. Los dos globitos subían, bajaban, rebotaban en el asfalto (dios mío, me temí yo, se romperán en cualquier momento, pero no lo hacían), y volvían a subir. A veces rebotaban, a veces les atropellaba un coche, pasando justo por encima sin romperlos, y cuando lo hacían, subían de nuevo hacia arriba, medio haciendo pedorretas. Los dos globos, a lo largo de su camino, se alejaban, se juntaban, se cruzaban, se tocaban, se volvían a cruzar... Uno de ellos me rozó el pie: pensé en cogerlo, pero luego me dije, si lo hago, uno de ellos se quedará solo. ¿Y además, qué pinto yo con un globo? Mejor que marchen juntitos. Ambos siguieron el camino con el autobús calle abajo. Cuando bajé en mi parada, ellos ya habían pasado de largo...
Iba yo en el autobús a la universidad. Capté sin querer un retazo la conversación que se desarrollaba detrás; y una vez me empecé a enterar, ya no pude desengancharme. Fue la más bonita historia de amor que escuché jamás; y pude decir que tuve la oportunidad de oírla gracias a ser cotilla
Era una chica argentina: estaba contando cómo ella había conocido a alguien, pero no podía continuar con la relación, porque estaba casada. No me acuerdo exactamente de los detalles. Lo que sí me acuerdo es que, en un momento determinado, me di cuenta de que la protagonista de esta historia no era la chica: era la historia de su madre. La chica argentina relataba la historia de cómo su madre había tenido una historia de amor con otro hombre, ¡que no era su padre! Y sin embargo, la contaba con tanta emoción, con tanto sentimiento, con tanto cariño... que cuando llegué a la universidad, estaba llorando a moco tendido.
Cuando entré en la clase, algo especial se me había quedado de aquel viaje en el autobús. La gente me preguntaba qué me pasaba, y por qué sonreía tanto. Yo, como en una nube, no supe qué contestar.